Frantz Fanon en Saint-Alban
(1975)

Francesc Tosquelles

Para todos aquellos que se encontraron con Frantz Fanon, nada más fácil que recordarlo; olvidarlo sería sin duda más difícil. Su presencia ocupa para siempre las tablas de la memoria; como él ocupaba el espacio. Su gravedad y su consistencia, su materia corporal, jamás fueron inútiles, como lo es una cama o una mesa ahí, en mitad de una escena. Hablaba y el tema cobraba vida. De lo opaco a lo transparente, su danza con o sin velos tejía arabescos por donde eran interpelados sus partenaires, en cuanto al fondo y a los fundamentos de sí mismo. Un resorte de espirales infinitas. Polemizar, podríamos decir, era su fuerte. Algunos hablarán también, a propósito, ¿de sus aptitudes perversas?, de atraer hacia sí –ayudado por la sugestión– a las víctimas complacientes. Más bien, Fanon encarnaba el respeto y la libertad del otro. Su fraternidad activa planteaba de inmediato una comprensión lúcida de la diferencia. Su presencia exigía compromiso, suscitaba un compromiso crítico de uno mismo. ¡Eso es todo!

¿Hacerse amar? ¿Hacerse notar? Bien. ¿Por qué no? ¡Cuando sea tu turno trae tus notas! ¡Haz tus observaciones! No hay desierto en la vida, sino el espacio de un estadio. Competencia, sin duda, pero la regla de oro del juego para él era la lealtad entre los partenaires.

En mi vida, Fanon surge en este espacio de vertientes y de divisoria de aguas, de las montañas de Margeride. Dicho sea de paso, ¡extraña marginalidad la del Macizo Central! ¿Quién pretende hablar de los retrasados o de refugio de marginales? Él vino a SaintAlban precedido y seguido, sobre los mismos trayectos, por los caminos poco transitables que, partiendo de Lyon, han traído a tantos otros al mismo reducto lozerino, donde yo mismo había sido acogido algunos años antes. Él vino, atraído por la posibilidad de cierta práctica de la psiquiatría que estaba en tren de hacerse o rehacerse. Quiero decir que Fanon, yendo a Saint-Alban, iba a algún lado. Él suponía, y no estaba del todo equivocado, que Saint-Alban no era un campo atrincherado. Y presuponía que Saint-Alban era un campo de acción donde se intentaba ofrecer posibilidades –controlables– para que la locura pudiese hablar y reelaborarse. Iba hacia un lugar donde la inquietud en acto de los psiquiatras convergía en la resolución irrevocable de organizar mediante una labor colectiva el propio campo de trabajo. No se puede comprender nada del primer proyecto de Fanon, ni de los siguientes donde las circunstancias lo hicieron devenir a veces un héroe e incluso un héroe trágico, si se piensa a Saint-Alban como un espacio – un hospital psiquiátrico– un nuevo tipo de “reserva natural” donde se respiraba el aire puro de la montaña; como una “campiña” o un “castillo” alejado de los estragos impuestos por la civilización industrial o la sociedad de consumo. No era eso. No se trataba, ni para Fanon ni para tantos otros que trabajaron en Saint-Alban, de encerrarse en recuadros notoriamente opuestos a las bien conocidas concentraciones carcelarias y a la sofocante psiquiatría “clasificatoria” clásica. No era siquiera una oposición “reactiva” o una reacción de oposición hacia los hospitales psiquiátricos de gran confinamiento. Era en el recorrido, en el dinamismo, donde trazaba las diferencias. Estas aparecían en la teoría y en la práctica del vaciamiento terapéutico.

Dos paréntesis aclaran el asunto. Fanon venía, como tantos otros, de la facultad de medicina de Lyon. Caricatura, si la hubiera, del cartesianismo analítico, florón de la eficacia sobre el objeto anátomo-fisiopatológico que funda la medicina en general y se desmorona en especializaciones sin fin ni medida. Lyon había producido (véase París, por favor, como corresponde) los “Manuales médico-quirúrgicos”, de los cuales dos volúmenes estaban dedicados a la psiquiatría y a la formación profesional de psiquiatras. Un capítulo por enfermedad. El orden ya conocido: diagnóstico, pronóstico, tratamiento. Bueno para el diagnóstico. Admiración, nada sorprendente, frente a las numerosas formas clínicas descritas, decenas, en efecto centenas de páginas. Luego la conclusión y la justificación pragmática de tan loable trabajo: el tratamiento es preciso, es claro. Así, ese tratamiento era susceptible de resumirse en una sola línea. ¿Qué digo, una línea? Una sola palabra es suficiente. Sin error posible en la prescripción. Sin matices; ni dosis siempre generadoras de errores lamentables. Y así, con todas sus mayúsculas: TRATAMIENTO, INTERNACIÓN. Ni más ni menos.

No me gustaría entretenerme en anécdotas sobre Fanon. Pero Lyon, para él, fue eso; y nosotros decimos que, para él, Saint-Alban fue otra cosa. Aquí sí, la anécdota significativa –con respecto a Saint-Alban y al destino de Fanon. Estábamos una tarde en la capital de Lozère, Mende, con personas concernidas por la cultura y, por lo tanto, de cerca o de lejos por la locura. Hablábamos de los espacios, de ciertos espacios. ¿Cuál es el espacio de la locura? Y Fanon habló y desarrolló el tema con ayuda, si quieren, de los textos culturales: el del espacio de la tragedia. Éste no era un tema de la literatura comentada. Aun cuando los textos y los pretextos habían sido proporcionados por “obras” clásicas del teatro. ¿Cuáles eran los límites del campo de acción profesional de los psiquiatras? ¿Dónde estábamos nosotros respecto de la acción llamada higiene mental, incluso de la terapéutica? Hay “enfermos” que asisten, participan en esos encuentros fuera del hospital. Sus familias también. He aquí el sector –¡hemos dicho!...– ¿Psiquiatría de extensión? Éramos conscientes de los riesgos. Fanon consumió su vida en ello. Murió. Hay que leer la tesis de Azoulay si queremos comprender el itinerario de Fanon en Blida y sus secuelas: nada más ni nada menos que su compromiso con la psiquiatría de sector. Comprendemos las reticencias –preventivas– de muchas personas. La prudencia, podría decirse. Fanon no tenía siempre a su disposición la “virtud” de la paciencia. Asumía su destino trágico. Pero eso es aún, y sobre todo, la psiquiatría. Saint-Alban constituía el lugar de una hipótesis, no el lugar de una apuesta ni de una aventura. Los aventureros podían mirar de reojo a Saint-Alban, como ciertos curiosos aficionados a la novedad. Si lo probaban a veces, lo dejaban rápidamente. La depuración estaba garantizada. Pero Fanon se quedaría ahí dos años más. No lo sé. Él se quedó para siempre entre nosotros. Él deambula, habla y actúa desde un lugar escondido en nuestra memoria. No solamente en la mía. Parece que la memoria es también un hecho colectivo, un hecho social, como se dice. ¡Ahí lo tienen! ¡Aún está ahí!

La hipótesis de Saint-Alban no tenía nada de original ni de descabellada. Dependía de los caminos y las preguntas de unos o de otros. Un lugar “abierto” por dentro y por fuera.

Instituciones, si se quiere, no una institución explotada ni negada. Lo plural y lo diverso no son el estallido. Más que el uno, lo que puede unir. Para unir es necesario lo diverso, y lo diverso no es el divertimento. Las instituciones agrupan. Cuando el agrupamiento deviene fusión o juego infinito de espejos, falla en su propio dinamismo y en su función. La hipótesis planteada en Saint-Alban agrupaba a seres humanos, locos o no locos, para que pudiesen extraer en sus propias posibilidades la materia móvil, articulable y rearticulable de la que están constituidos y, desafortunadamente, a menudo moldeados –como cualquiera– por la historia. Si se quiere, se trataba de un dispositivo de teatro ambulante de artificios, de “otras escenas” donde el verdadero afuera presentificable, de hecho, se representa.

Algunos lo llamarán proceso de curación. Otros pondrán el acento en “otros hallazgos”, o sobre las respuestas a llamadas discretas y a veces informuladas: otros encuentros donde, no sin paradoja, podemos encontrar la identidad de cada uno: su singularidad, su desalienación, su despersonalización. Hipótesis no es fantasía. El curso de una hipótesis no es la repetición dogmática. El compromiso no es el encandilamiento. Todo eso fue concebido a priori por Fanon, antes de llegar a SaintAlban. Entre la facultad de medicina (sobre todo en Lyon) y Saint-Alban (particularmente), Fanon, como tantos otros, recorrió el mismo camino, la misma distancia, realizó los mismos rodeos, y se instaló en los mismos valles, en los mismos bosques. En el corte que hay entre: -por una parte, la clínica médica tan particularmente analítica, descriptiva y cartesiana de la medicina, su doctrina y su puesta en acto –por no decir sus pasajes al acto– porque no quisiera de ninguna manera negar su eficacia, ni siquiera en psiquiatría; - y por otra parte la clínica psiquiátrica, donde el recorte de su objeto, en el estilo precedente, se muestra inoperante por el mero hecho de que aquí es lo que está en cuestión, y es objeto de sufrimiento. La avería, si se quiere hablar mecánicamente, es el propio proceso de presentificación, incluso la “producción” del sujeto enfermo mismo. Quiero precisar que no se trata de la “producción social y negociable” realizada por un individuo social cualquiera determinado, sino de la propia producción del sujeto. Es el sujeto el que es producido. Y es esa producción la que se encuentra averiada. No hay nada más en el itinerario –que va de la facultad de Lyon y su doctrina médica a Saint-Alban con la hipótesis que se desplegaba y se desarrollaba– que represente algo como el regreso a las fuentes; nada que retome la vieja oposición de naturaleza y cultura, la de civilización frente al estado salvaje; nada que responda a una supuesta nostalgia del paraíso perdido. Las cancioncillas del pastor y sus ovejas llegan evidentemente a nuestros oídos –a veces con malvada ironía o por el camino del simple desprecio disimulado bajo la observación folklórica. No osaría decir que los inocentes pastores, de cualquier sexo o condición, no puedan entenderlos con complacencia o, por el contrario, sentirse agraviados. Necedades. El proceso que lleva a Fanon de Lyon a Saint-Alban no era de ese orden. Él era un clarividente, y un mejor oyente. No se dejaba encasillar, algunos dirán que era “patológicamente” desconfiado, incluso un poco paranoide. Asumida actitud de “paranoia crítica” a través de la cual la operatividad del psiquiatra en formación (el verdadero psiquiatra siempre está en formación); su “marginalidad” en relación con la cultura cartesiana y racionalista; sus “distingos” y su tercer oído, le permitían tejer una red con los productos que supuran del sufrimiento de “sus” enfermos.

Fanon no estaba afectado por esa terrible enfermedad endémica que, por vía de “la voz del amo”, fija el pensamiento de muchos en la “normopatía”. Tanto mejor para él como para los enfermos que pudo sanar. Él, hasta donde yo sé, no había tratado de curarse de su “normopatía”, comprometiéndose en una “cura” didáctica, es decir psicoanalítica. Con o sin razón, para sustraerse de los efectos de la “normopatía”, había investido y asumido su propia palabra. ¿Por qué vías? ¿Qué garantías narcisistas fueron por consiguiente las suyas? No sé nada de eso, no tiene importancia. En verdad, él trabajó y se mantuvo trabajando por su palabra. Jugaba ahí su ser, más allá y por debajo de la función auxiliar prescrita al verbo ser por ciertos “tiempos” del discurso. En efecto, no se le escapaban ni la dimensión poética ni la dimensión racional de sus producciones discursivas. Su discurso era sostenido por todo su cuerpo. Pero no crean que ello lo arrastraba a la histeria. Tenía cuidado de las trampas y los peligros. Para él jamás era cuestión de hacer semblante. Incluso su lirismo, jamás era una fuga en el imaginario verbal. Si volaba, era para ver mejor, para tomar distancia antes de aterrizar en virtud de nuevas acciones más operatorias. Testigo, lo era sobre todo de sus acciones. Su vida no era ni un cuento, ni un recital, ni un encadenamiento de pasajes al acto. No quiero idealizarlo. A veces se equivocaba, como todos, y quizás sus propias equivocaciones tenían consecuencias más duras por el hecho mismo de sus compromisos con el proceso de cura. Sin embargo, incluso en esas eventualidades, nunca vi enfermos que le hayan guardado un rencor irreversible, o que hayan quedado destrozados. Su mano y su voz estaban siempre listas y tendidas hacia el otro y su sufrimiento. Creo que no fue difícil para nadie, por más débil mental que pudiera aparecer a los ojos de una nosografía clásica, aprovechar la oferta y el llamado surgido del rigor estructural y estructurante de su pensamiento “poético”. No ocultaba su trabajo de pulidor de conceptos –esas “armas-herramientas” de artesano– donde su papel de animador no era cuestionado por nadie. El artesano, dicho sea de paso, no destruye la materia que trabaja. De hecho, la respeta aprovechando sus líneas de fuerza, y las despeja con la ayuda de sus herramientas. Esto es lo que a veces –y es importante en lo que concierne al artesano Fanon– puede dar la impresión de violencia. Es esto lo que a veces puede suscitar miedo, aquí y allá. Notemos, a pesar de ello, dónde aparecen esos miedos e incluso se propagan, por rumores frecuentemente malintencionados. Osaría decir que esos miedos se formulan fácilmente ahí donde algunos se sustraen ellos mismos de su trabajo. El miedo y la violencia vividos por el otro justifican su huída, su pereza y su abstención. Ningún carpintero, ebanista o escultor podría formular una acusación de violencia contra otro artesano so pretexto de que este trabaje, incluso golpee con sus herramientas, sus martillos y sus sierras; y yo tampoco. Incluso es bastante excepcional que un artesano utilice sus herramientas de trabajo como arma asesina, o bien que se suicide con ellas. De hecho, hay que confesar sin embargo que la manipulación de herramientas, vista de lejos, puede dar miedo. Un accidente, decimos, puede ocurrir rápido. Lo mejor, lo más sensato, lo más prudente es, por lo tanto, no hacer nada.

Es verdad. Los “accidentes” colman la vida –siempre social–, quiero decir la vida con otros, aquellos que conocemos y aquellos que no, los cercanos y los lejanos, los otros y sus representantes. Siempre está lo imprevisto, lo enigmático, los malentendidos, los desprecios, las recuperaciones, las desviaciones, las captaciones y los robos en el juego de uno con los otros. La navegación con los otros no se reduce a la puesta en acto de una fantasía desiderativa. El empecinamiento repetitivo de un proyecto no parece un buen consejo para los navegantes. Fanon, en el encuentro con algunos jóvenes aventureros irreflexivos, tenía por delante, y no olvidó, la cartografía que otros navegantes habían dibujado anteriormente. Eso no le impedía, por el contrario, estar despierto y atento a las variaciones incesantes del mar y a los caprichos del viento. Eso no le impedía estar a la búsqueda de lo desconocido y un poco más; pero sobre todo eso no le impedía sustraerse de los riesgos calculados. Ya lo dijimos, a veces se equivocaba. De todas maneras, no buscaba jamás la tempestad para poder probarse a sí mismo la medida, o el exceso, de su poder. No temía a la tempestad, si se presentaba así. Es todo. Su deber era entonces hacerle frente. Fanon sin dudas amaba el barco, su barco. Pero no olvidemos que era siempre para ir a alguna parte. He ahí los límites y el lugar de su narcisismo.

Estoy seguro de que si él pudiera leerme, se reiría de mis metáforas de marinero y me trataría de estúpido. Razón de más para ensañarme aún; ya que quisiera decir que su navegación en psiquiatría presuponía, como en cada uno de nosotros, la preexistencia de un campo transicional, el campo de la ilusión – como Winnicott llama y define la importancia funcional en el proceso de humanización en cada uno–. No hay que confundir esa ilusión con las exigencias delirantes de un deseo todopoderoso por el hecho de la omnipotencia del deseo. Fanon había sido nutrido de ilusiones; a eso se le llama en la religión cristiana la virtud de la esperanza. Eso no tiene nada que ver con los hechos de los manipuladores de ilusiones, es decir de un cierto clero ilusionista.

He aquí entonces, para terminar, que me doy cuenta de que no he dicho nada, o casi, de Fanon –incluso de Fanon en Saint-Alban. A decir verdad, me siento cómodo. No decir nada, aquí, quiere decir todo eso: que la vida, la amistad, el trabajo compartidos con Fanon; despertaron resonancias en mí. Y eso cuenta. Tengo la esperanza de que algunos jóvenes psiquiatras se reconozcan allí. Es más, tengo la seguridad absoluta de que la cosecha va a levantarse en alguna parte.




Los derechos les pertenecen a lxs autores, el pasaje de lengua tiene licencia copyleft, haga lo que quiera, cite la fuente y use la misma licencia CC BY-SA 4.0