Prefacio

Una serie de textos, una serie de singularidades, cada una delimitando un paisaje tejido de aconticimientos simplemente evocados, de hábitos de “pensamiento” que se organizan en conceptos.

Un hilo invisible corre de uno a otro, la huella de una presencia de día en día, de año en año; obstinación salvadora en un mundo enigmático. Un mundo donde la paciencia se hace necesaria para captar a través de las trampas de la relación, los destellos a menudo velados de las transferencias más variadas. El conjunto de textos de Danielle Roulot se presentan como un teorema articulado rigurosamente por lemas, corolarios, contradicciones, obedeciendo todos, por disciplina, a una lógica abductiva: telón de fondo, con múltiples capas, donde debemos descifrar las inscripciones, las “extracciones” de una psiquiatría donde, sobre un fondo de libertad, pueden emerger configuraciones y formalizaciones, marcadas para siempre por lo precario. Todo esto sólo es posible a través de una vida compartida, desde hace más de treinta años, entre la soledad y la apertura, la acogida del otro en su desamparo. Coraje que se manifiesta en una tenacidad para preservar la complejidad del Otro contra todas las iniciativas de reducción, de “simplificación”, que equivalen a la anulación del deseo, del alma, del idiotipo de cada uno.

Sin querer entrar en el análisis de los textos, me parece importante, para seguir el recorrido, esbozar, no las raíces (una tentativa caricaturesca que rozaría la impostura) sino su subyacencia. Hay una inquietud, más o menos repetitiva, una preocupación por el deber ético, una especie de obediencia a un principio, una escucha (“obaudire”), una recogida próxima a una “concavidad”: especie clínica de una “síntesis pasiva” a lo Husserl.

Cada uno de estos textos es sólo un pretexto para reencontrar el pliegue imposible de la pregunta, la pregunta de la pregunta, el “Zusage” de Heidegger. Sin poder describir los rodeos necesarios, las articulaciones entre “inflexión” e “inclusión”, en el sentido de Leibniz (argumentado por Gilles Deleuze), nos damos cuenta de que estos “pretextos” están ahí para mostrarnos el camino de los “incorporales” estoicos. Hay ahí, ciertamente, un sesgo que hay que descubrir para situar las singulares declinaciones existenciales, el verdadero material de cualquier proyecto. Porque siempre, en este tipo de trabajo cotidiano, siempre surge la pregunta ético-lógica: ¿Con qué, cómo, desde qué fantasma de base puede perdurar una iniciativa? Lo que se cuestiona es siempre algo del orden del deseo inconsciente. ¿Qué permite que esto pueda hacerse? Persona, personaje, personalidad, tantas facetas más o menos contradictorias que no explican gran cosa. Lo que cuenta es un “trabajo” en el sentido de Freud y Viktor von Weizsäcker, trabajo del sueño, trabajo de duelo, lugar del deseo, sobresaltos sublimatorios.

Trabajo de “repetición”. Esta virtud, siempre nueva, tejida desde la paciencia activa. Ustedes verán, sutilmente indicada, esta pasión, este goce en no alterar lo que se presenta, cerca de una declosión. Enigma de interpretación que requiere, como decía Tosquelles, un minucioso trabajo de “asepsia”. De ahí estas ecuaciones lógicas que se afirman en un rigor conceptual: forclusión, en el sentido de Lacan, función forclusiva, segundidad de la lógica triádica de Charles S. Peirce, la noción de frontera, de límite (“Les marches du délire”).

Lo cual es un requisito previo para poder identificar los terrenos “neutros”: barbechos, subyacencias, incluso estos “injertos de fantasma”, estos “esquejes de transferencia” que no son simples imágenes hortícolas, sino valizas lanzadas para marcar el “real”. Porque la psicosis roza demasiado a menudo al real imposible, y es una virtud querer continuar en esa irrazonable pendiente, para injertar vida ahí donde Tánatos suele triunfar insidiosamente sobre Eros. Es este interior el que aparece a través de estos pocos textos. Lejos de las argucias de los nuevos agrimensores de un positivismo decadente. Hay, a través de estas pocas líneas, el testimonio de un sufrimiento muchas veces indecible. Los psicóticos tienen problemas con lekton. Todo discurso se derrumba o se eleva en una falofanía irrisoria. Estamos aquí para intentar restablecer, a contracorriente de la naturaleza de las cosas, a través de la cacofonía de opiniones más o menos juramentadas, restablecer el sentido de un gesto, el sentido de una palabra, una consistencia: “injertos de transferencia”, como bien dice Gisela Pankov... Dejémonos guiar en estos laberintos por estos pocos textos: brillantez sobre un fondo de necesario claroscuro.

Jean Oury





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