ESCRITURAS Y PSICOTERAPIA INSTITUCIONAL

martes, 9 de mayo de 2002

Balat: La historia del escriba no es mía. Viene de Peirce, a quien Lacan le dió mucha importancia. Se preguntó: ¿Qué se necesita para poder dialogar? Una hoja de aserción, en la que escribe el escriba; y donde otro, llamado Intérprete, viene a hacer transformaciones según reglas precisas de interpretación.

La hoja representa el universo del discurso, sobre el cual el escriba y el intérprete se ponen de acuerdo para hablar. El universo del discurso da lugar a montones de producciones posibles. A este universo del discurso es necesario agregarle, más que una persona, una función: el “museador”1. Museamos todo el tiempo. La situación es la siguiente: Un museador que divaga todo el tiempo. Un escriba que a veces inscribe. Un intérprete que dice: Si tú, el escriba, has escrito esto, es porque tú, el museador , lo forjaste. El escriba inscribe. Es él quien decide inscribir. Nadie se lo demanda. La función escriba captura un surgimiento a partir de una reflexión externa.

Primera captación del escriba: no sabe lo que va a inscribir, lo que significa que hay una parte de tyché, de azar, en su actividad. Se podría decir, aunque sea difícil de sostener, que el escriba inscribe por azar algo que él no sabe que va a inscribir. Nos damos cuenta de esto en nuestro trabajo; no sabemos, decimos algo, no sabemos por qué. Cuando no eres un escriba sino un poco intérprete, puedes inhibir lo que vas a decir. Un día, cuando hacíamos la planificación del sábado, llevamos a un joven a su cama. Lo veo de lejos y me digo: ¿Por qué no está muerto? Pienso: No vas a decir eso. En un segundo movimiento pienso: Estoy obligado, y le dije: ¿Por qué no estás muerto? Los efectos fueron extraordinarios en el equipo, finalmente todos pensaban eso; y a él, le ayudó y pudo salir adelante. La pregunta del escriba está ahí, surge por azar, no sabemos por qué, no hay una razón. El escriba es sin razón, es un producto Tychico. Está en una posición extraña porque no puede calcular los efectos de lo que ha inscripto. Los efectos de la inscripción son incalculables, nadie puede saber lo que producirá. Se podría decir que la posición ética del escriba, que no sabe lo que ha inscripto, es obedecer a una necesidad Tychica de la inscripción; no sé lo que he inscripto, ni por qué lo he inscripto, pero lo he inscripto.

El escriba y la hoja de aserción hacen cuerpo, dependen estrechamente el uno del otro. Hay una complicidad entre el escriba y la hoja de aserción.

La hoja de aserción no es la hoja de papel, aunque haya una.

Podemos decir que el escriba es el muerto viviente, está entre dos estados: está tomado entre ese divagar que lo lleva, pero al que corta; y el intérprete, que va a hacer algo con su inscripción. Hay muchos desarrollos por hacer en torno al escriba, uno de los más importantes es despejar algo que está ligado al sistema de inscripción. Si hay algo que sabe, lo único que sabe, es que se inscribe en el mismo momento en que lo inscribe. Conoce las condiciones de inscripción, y es acerca de eso que le podemos preguntar. Esta función de escriba requiere gran familiaridad con la cuestión de la inscripción.

Noté que en una reunión Oury preguntó si todos podían tomar notas. Es necesario saber, no el destino de las inscripciones, sino que pueden ser inscripciones, que pueden instalarse. Es una pregunta importante sobre lo que podría llamarse el conocimiento del escriba. Esto significa que tiene que conocer los sistemas de escritura. La palabra fue elegida en referencia al escriba de la era egipcia. En esa época, los escribas eran personas de alto rango, formaban parte de la gran burocracia faraónica, estaban casi a un nivel sagrado. Su función era extraordinaria, una escritura que era para pocos. El acceso a esta escritura estaba restringido a un número muy reducido de personas. Por ejemplo, para leer los neumas, que eran pequeños escritos de la Edad Media, había que saber el canto; solo se podía notar algo que ya estaba ahí, instalado en los recuerdos. El escriba de esa época estaba más bien en este registro, lo que está muy bien explicado en Havelock, quien ve claramente el carácter de repetición, por ejemplo en la Biblia; estas repeticiones muestran claramente que estas cosas ya eran conocidas por todos.

Que ahora podamos hablar de la función del escriba es el punto de inflexión de la historia griega. Havelock dice que la llegada de la escritura griega transformó las condiciones, por razones bien explicadas por J.P. Vernant, en “Mito y Pensamiento en los Griegos”. Dice que pasamos de lo que él llama escritura aritmética, que es esa escritura con fórmulas ya conocidas; a la escritura geométrica de los griegos, que es la de las Leyes. Es un gran cambio, pasamos del momento en que la escritura era para unas pocas personas que sabían cosas y las anotaban, a estos escritos que encontramos en el muro de Gortina en Creta donde están inscriptas las leyes de Gortina, en el centro de la ciudad, organizadas en círculo. Todos los ciudadanos podían acceder a ellas.

Podemos ver que la función escriba puede desplegarse en la historia, de diferentes maneras, con puntos de quiebre. El escriba, sagrado en Egipto, pierde este carácter en Grecia, se convierte en un hombre como tú y como yo. Esta función nos lleva a cuestionarnos, a distinguir, la función escriba del escriba. La función escriba puede ser compartida por varias personas. En esta función uno puede preguntarse cuál podría ser el deseo del escriba. Si queremos dar al deseo del escriba su plena función, podríamos decir: desea la interpretación que se le dará. Él no elige. Tres días después de decir algo en una sesión alguien vuelve y repite lo que uno dijo, y no es eso, lástima, es la interpretación que se va a dar, seguimos en eso, él continúa. Es un poco lo que decía Lacan del deseo del analista, que permite la transferencia, y esta es una traducción.

El escriba es quien desea la traducción que se hará de lo que él dice. Es en este sentido que podemos entender a Lacan cuando dice que la transferencia es el deseo del analista. En algún momento me pareció que teníamos una figura simpática de escriba, tal vez inspirada en Horacio Torrubia, un hidalgo de verdad. Me recordaba a don Quijote, en nuestras discusiones yo le decía que don Quijote no estaba loco y me contestaba: Claro, para nada. Don Quijote es realmente la imagen del escriba, en el sentido que encontramos, en la última maravillosa traducción que da una amplitud increíble al texto, a Sancho Panza que le dice: “¿Qué diablos hacemos, saliendo siempre así, para recibir cantidad de golpes, todo el tiempo?”. Y él le contesta: “Vamos a errar hacia el encuentro”. Creo que esa es exactamente la posición del escriba. Errar al encuentro inscribiendo. Inscribimos encuentros con los pies.

Marie Depussé: Se supone que en este momento estamos haciendo un libro con Jean Oury, un libro de conversaciones. Yo tendré la función de escriba. Noté que él es mucho más escrupuloso que tú con esta función. Por ejemplo, le pregunté sobre la función en La Borde, y me respondió que no se la podía extraer así; es una tríada, no se puede hablar de eso sin un intérprete. Te oí decir que la función escriba por definición circula, y que el derecho de acercarse a ella depende del hecho de que circula. Podemos tomarla en un punto de su circulación, es decir, en su inconclusión, en su espera de interpretación, la que autorizaría acercarse. Por ejemplo, forzando un poco dije: “Cuando te encuentras con un esquizofrénico del que dices que no puede aproximarse al Decir, él no dice nada, tú lo recibes y le dices: Hasta mañana a las 17h. ¿No podríamos decir que en ese momento ejerciste la función escriba?”.

Michel, tú dices que el paso del divagar al escriba es el paso de lo continuo a lo discontinuo, que hay que aceptarlo, lo que por cierto es la dificultad, y que nada empieza sin ese discontinuo. Yo le dije a Oury: Cuando dices mañana a las 17h, hay lo discontinuo. Al decirle eso, actúas como si él hubiera venido a decirte: Mañana. Algo está implícito: Nos vemos mañana a las 17h, de nuevo, y podrás recomenzar a decir. Me lo concedió riéndose: Dicho así, por ti, se puede decir que está escrito. Él también habló de un paciente que rompe todo. Llega al despacho de Oury, quien le pregunta: ¿Cómo estuvo el día? ¿No estás cansado? ¿Estuvo bien el día? Y, cuando se va, le dice, sin creer en eso demasiado: No hagas estupideces. Creo que cumple la función de escriba, pero recoge los vidrios rotos y la belleza del día. Es difícil decir dónde comienza la interpretación: Es un hermoso día, ¿no estás cansado?, no vayas a hacer ninguna estupidez… Ahí hay cosas. Al mismo tiempo, vuelvo a la circulación de la función escriba, si Oury puede decir eso es porque ya otros antes por la tarde recogieron los vidrios rotos en la habitación. De a dos o de a tres, mientras recogíamos los vidrios, empezamos a decirle: ¿Estás bien? ¿Has almorzado? Nos damos cuenta de que no ha almorzado, vamos a buscar la comida, vemos cómo va. Cuando llega al despacho de Oury, esta función ya se estaba ejerciendo y no había terminado. Hago una pregunta bastante tonta, pero que a veces hay que hacer: ¿Dónde empieza la interpretación en esta circulación?

Michel Balat: Si hemos tenido alguna dificultad para identificar la función escriba, es porque es cualquier cosa menos algo obvio, hasta el punto de que podríamos pensar que es una función puramente lógica. Es decir, nunca se ejerce sola. En realidad no es sola. En lógica podemos distinguir funciones de manera absoluta, pero tan pronto como pasamos a la concreción de las cosas, se acabó. Describir la función escriba es hacer de ella un elemento metodológico para pensar las situaciones en articulación. Cuando era profesor de matemáticas no podía dibujar círculos, por eso dejé. Los verdaderos profesores de matemáticas hacen bien los círculos. Es muy molesto estar en esta situación de no poder dibujar un círculo. Sin embargo, dije: Este círculo, es una especie de ficción. La función escriba es una especie de ficción pero al mismo tiempo encierra algo de una realidad muy sensible, y el hecho de que podamos pensar esta función, nos permite pensar en la interpretación. Cuando leemos a Freud, a Lacan, a lxs psicoanalistas, se ve bien: ¿La interpretación está del lado del intérprete? Podemos decir que no. La interpretación en el sentido del psicoanálisis está del lado de la función escriba. Encontramos esta idea explícita en Freud o en Ferenczi, que en lugar de decir interpretación, dicen adivinación. Me parece más interesante, podemos sentir claramente hasta qué punto la función escriba es más una adivinación que una interpretación.

Si tomamos la concreción de las cosas, de tal o cual palabra pronunciada en un momento determinado, podremos detectar la función escriba, pero esta palabra también está llena de interpretación, en el sentido más relajado de la cosa. A fin de cuentas son estos tres personajes: el escriba, el museador y el intérprete; los que siempre están ahí. No se puede decir que uno esté desprendido de los otros. Siempre están los tres juntos, es metodológico.

Jean Oury: Por el hecho de que estemos hablando de eso sigue siendo hipotético. Estamos atrapados en lo que Peirce llama una tríada, sin la cual no podríamos hablar. Aún si hablamos con gestos, sin decir nada, eso está tomado en la tríada por el hecho de que estamos con otros, tenemos incluso la idea de hablar, porque no es evidente, podríamos callar, ¡tal vez sería mejor! Me recuerda a un libro del siglo XVIII: “El arte de callar”. El arte de callar está tomado igualmente en la palabra, no hay nada que hacer. Entonces la función escriba es del orden de una hipótesis, lo que Peirce llama “Hipótesis abductivas”, estamos en la abducción. Eso no significa que se pueda decir cualquier cosa. Hace unos años, traté de concretizar las cosas a partir de la función escriba y del cuerpo. Esto fue para enfatizar que lo que cuenta está al nivel del Decir y no necesariamente en lo que uno dice. Quiero hacer la distinción esencial entre lo dicho y el Decir. Retomando la diferencia entre estar encerrado en una sala de seguridad y estar en un ambiente donde hay libertad de movimiento, encuentros posibles; eso debe cambiar algo. Pero existe el prejuicio de que la vida cotidiana no es científica. Mientras que la vida cotidiana, fuera de toda relación, es analítica en el sentido más riguroso del término; transferencial, incluso en el sentido de los conceptos de Sartre. La función escriba, la hoja de aserción (a la que no hay confundir con la aserción sino volvemos a caer en la tecnocracia, aunque haya que tener cuidado con esto). En su discurso introductorio en el Collège de France, Roland Barthes dijo que la aserción es lo más sádico. No es en ese sentido. La aserción es lo que va a inscribirse, yo digo “escribarse”, es más sencillo. Ayer se hizo la diferencia entre escritura, escribir e inscribir. Los niderschrifts, los caracteres que se depositan, la inscripción con la afirmación, Bejahung; podríamos preguntar: ¿Son escritura o inscripción? A veces solemos decir: La inscripción es más arcaica que la escritura, y al final es todo lo contrario. Se puede escribir cualquier cosa; el escriba escribe, no inscribe. Lo que importa para alguien, lo que vemos en los libritos rosas2, esas imitaciones de hojas de aserción, es el parloteo. Es a partir del parloteo que se ve aparecer una atmósfera. Si funciona, si estamos en lo que han demostrado Merleau-Ponty y Spitz sobre el hospitalismo, eso cuenta. A tal punto que si no hay ambiente la persona puede producir una atrofia cerebral porque no se le habla, no se la observa, etc. Eso se inscribe, eso no se escribe. La función escriba del ambiente se inscribe, ¿dónde? Yo propongo sobre el Leib (es una apuesta), sobre el cuerpo. A diferencia de Körper, que es el cuerpo que vemos vestido, el Leib es la encarnación. Lacan, Pankow o Dolto hablan de Leib. Es el soporte de lo que Weïsacker llama somatosis. Psicosomática es un término estúpido. Una somatosis se inscribe, puede modificarse. Por ejemplo, un evento desencadena sistemas de colapso de las defensas inmunitarias. Los anticuerpos son parte de la inscripción. Vemos gente muriendo porque pasó tal cosa, no hubo nada, un acontecimiento. El Leib es la inscripción de lo que puede flotar en el ambiente. Es en este contexto que podemos plantear problemas: ¿Qué significa interpretación? Sin confundir la interpretación en el sentido analítico con las dramatis personae, las funciones de Peirce, con los diferentes interpretantes, inmediatos, etc, que no son independientes. No hay un interpretante, como harían los tecnócratas: Un intérpretante aquí, un escriba allá, para ir de una habitación a otra. Son funciones. Para que puedan existir, hay algo del orden de la tyché, del encuentro, término aristotélico retomado por Lacan, tyché y automaton, el seminario XI… El encuentro, por azar, toca el Real. Hace un surco en el Real, después ya no será lo mismo. Un verdadero encuentro funciona y es una interpretación. La interpretación analítica no es para nada: “Te voy a explicar como es tu abuela”. Es por azar, se desencadena un proceso analítico. Como dice Tosquelles, un análisis debe durar día y noche, si se detiene, hay que volver a empezar. La interpretación llega allí por azar; vemos una película, conocemos a alguien, leemos una frase. Eso toma, todo se desencadena, y esa es la interpretación. La interpretación está directamente relacionada con la transferencia.

¿Qué es la transferencia y cuáles son las relaciones con la función? ¿Cuáles son las relaciones entre el Leib y la posición? En un seminario Lacan decía, de manera un tanto disparatada: En Estados Unidos las compañías de seguros están muy atentas a la gente que comienza un análisis, porque si funciona bien se producen dos o tres veces menos accidentes. No es cierto, pero en fin… Baja el precio del seguro, en vez de pagar el seguro, le pagamos al analista, ¡es un seguro como cualquier otro! Esto para decir que la transferencia está tomada en el cuerpo, se encarna. Es la encarnación. Este es uno de los términos preferidos de G.Pankow cuando habla de la esquizofrenia: es un problema de la encarnación, un problema de la identificación primaria en el sentido freudiano, lo que yo llamo incorporación. La incorporación que fabrica el cuerpo. Ahí es donde están las hojas de aserción. ¿Es ahí donde eso se inscribe?

No se puede decir que el cuerpo es un trozo de carne y que eso va a inscribirse ahí. Es más sutil, el de Weizsäcker, es casi un cuerpo sutil, el soporte de todas las defensas inmunitarias. Es allí donde la interpretación tendrá una eficacia.

Por el hecho de hablar (hay que respirar un poco), la función escriba es discontinua. Volvemos al problema de la escritura, la relación entre los fenicios, con las antiguas consonantes, pasando por los jonios y la invención de las vocales; una revolución total. Por el hecho de lo discontinuo parece haber una relación, como dice Winnicott, el sentimiento continuo de existir solo se puede hacer a través de la discontinuidad. Si somos un poco obsesivos-lógicos podemos preguntar: ¿Qué queda? Si se quiere tratar al musement a través de lo discontinuo, quedan asi mismo algunos pedazos. Habíamos dicho que este es quizás el objeto a de Lacan que permanece en el musement a través de lo discontinuo, que no es especularizable, que no se puede agarrar, que es una función. Todo esto podría tratarse quedándose con eso que actualmente está más amenazado: lo serio. Si lo serio falta, es mejor callarse, no hacer nada o hacerse el tecnócrata. Lo serio, en el sentido de Kierkegaard, no es cualquier cosa; y cuando estamos tratando con alguien, es serio. Le dije a Chaigneau que lo más importante es compartir el aburrimiento con alguien. Había un esquizofrénico al que veía desde hacía diez años, no más de cinco minutos, todos los días a las 16h. Él ya estaba harto y yo también. Él no decía nada. Una vez estaba sucio, yo no sabía que hacer, traté de afeitarlo. No estuvo bien, no era necesario. Él venía. Qué hacemos ahí, nos aburrimos cinco minutos al día. Helène Chaigneau me dijo: Eso es la psiquiatría, esa es la esencia, aprender a aburrirse. Tuve que ausentarme quince días, fue un desastre, hubo que buscarlo entre los matorrales. Cuando llegué a casa, volvió como siempre. Esto es lo que pasó: Cuando estaba en París, en tal distrito, cuando tenía dieciocho años, se enojó, y quizás rompió un vaso. Sus padres llamaron a la policía, llegaron dos enfermeros gigantes, lo pusieron en la enfermería especial. Tal vez eso es lo que estaba regresando, ¿a causa del aburrimiento? Murió mucho tiempo después, por la extinción del aburrimiento.

Esto está relacionado con la función escriba: los cinco minutos de aburrimiento. eScriba3 no es hablar.

La palabra está a nivel del Decir, eso que dice Lacan, pero de lo que Lévinas habla mejor: el Decir y lo dicho. La fábrica del Decir que es articulada, dice Lacan, pero no necesariamente articulable. Lo que se articula es el Decir. Cuando hablamos, tratamos de articular algo, pero siempre quedan trozos. El esquizofrénico tiene un defecto de articulación. Sin embargo está muy articulado, los profesores de psicología no inventaron nada, simplemente recogieron lo que dicen los esquizofrénicos. Hay que poder conectarse y recoger, por azar, lo que se llaman monografías. Hay que leer las monografías.

Marie Depussé: El momento en que decidiste afeitarlo me pareció hermoso, aunque salió muy mal. Ese día él estaba mal y tú desgarraste el aburrimiento con la navaja. Dices que día tras día fabricabas lentamente un punto de espera, sabiendo que no estamos seguras de que un esquizofrénico espere algo, más bien sería la espera de nada. Este aburrimiento tal vez forjaba un punto de espera, conectaba ese punto de espera a lo que podría llamarse un punto de transferencia.

Jean Oury: El punto de espera es muy importante. En alemán se dice abwarten, en contraposición a erwaten, espera de nada. Por eso hablo de Blanchot: la espera, el olvido.

Michel Balat: Hay que decir algunas palabras sobre el musement. Tuvimos muchas discusiones con Pierre Delion sobre las teselas. Las teselas, de forma simplificada, se comparan con los caracteres tipográficos. Nunca hemos visto una letra, en cambio vemos las teselas de la letra. Fabricamos las ocurrencias de una letra que nadie ha visto nunca, al contrario: “a” vemos teselas de la letra “a”. Discutimos sobre la relación de la madre con la alimentación, la función materna de la alimentación; ¿no es el trabajo de esta función materna teselizar el cuerpo del niñe? Llevamos dentro nuestro todas las teselas posibles. La idea sería vincular esto con el musement. El musement no podría ser otra cosa que esa especie de discurso continuo que sostienen las teselas del Leib. No se detiene internamente, con niveles. Estos discursos que se sostienen, el discurso del musement, sin duda, están estratificados. Es decir que debe haber niveles estratificados, cada estrato está en continuidad con los anteriores, con una complejidad increíble. Debemos hablar todas las lenguas del mundo, incluso las que no hablamos, todo un universo de discursos sostenidos por las teselas de nuestro cuerpo. Una parte de los fenómenos del hospitalismo descrito por Spitz; y también del hospitalismo descripto por Amy Pickler, quien dice que después de Spitz las guarderías están bien preparadas, los niños ya no mueren, pero ¿qué hacen? Son completamente pasivos, obedecen las demandas de las personas, se les dice: “Levántate” y se levantan, “Haz esto” y lo hacen. Vemos que la calidad del musement está afectada, ya no hay este discurso donde interviene la función de escriba, ya no hay inscripciones de estos discursos, como una pérdida de la inscripción. En este Leib, la inscripción no se sostiene. Se podría decir con la yo-piel; yo prefiero decir con la membrana, es más ingenioso, filtra los pasajes, es un soporte. Hay membranas donde eso se inscribe. Creo que debemos reservarle al escriba la posibilidad de inscripción. Pero la escritura le concierne al musement, que no es otra cosa que los discursos sostenidos por la escritura del cuerpo del niñe o del adulte. La inscripción viene a introducir una perturbación, la función escriba viene a perturbar el orden del musement, transforma las condiciones del musement, viene a alterar el sistema mismo de teselización del cuerpo, a cada instante, a cada inscripción. Es allí que podemos hablar de encuentro. Cuando se inscribe, vemos que se trata de un verdadero encuentro que tiene lugar. Una pregunta me parece importante, sobre todo en el establecimiento o en la institución, ¿hasta qué punto hay algo compartido en el musement? El musement no nos reduce al solipsismo.

Jean Oury: Necesitamos redefinir musement…

Michel Balat: Musement es: pensamos todo el tiempo. Siempre hay cosas circulando en la cabeza. Incluso durante la noche no se detiene, el testimonio son los sueños. No tenemos acceso directo a este musement, sabemos que estamos pensando, pero no sabemos lo que estamos pensando.

Es muy especial cuando uno lo sabe, es aquí donde uso a Perceval que divaga sobre tres gotas de sangre. Divagamos, luego suena el reloj de la mañana, salimos de nuestro divague diciéndonos: ¿En qué estaba pensando? Reconstruimos algo, pensaba esto y antes en otra cosa. Este sistema demuestra claramente que un pensamiento nos habita y podemos postular que nos habita constantemente y que es continuo. En este musement, la inscripción del escriba llega como una discontinuidad a la continuidad del musement, algo viene a inscribirse e introduce una discontinuidad. Me parece que podemos considerar la escritura a nivel del Leib, como algo que se escribe todo el tiempo. Donde Lacan dice “no cesa de escribirse” es “no deja de inscribirse”. No es lo mismo, podríamos ponernos de acuerdo y cambiar las palabras, pero lo importante es mantener la distinción. Para mantener esta distinción entre la escritura, a saber, lo que está ahí todo el tiempo (no es el ruido, ni la palabra) lo que podemos llamar el musement de fondo; y la inscripción, que es un momento tychico. Ese momento tychico que transforma las condiciones mismas del musement. Todo esto participa del Leib, pero el musement es algo compartido. Hay experiencias que a posteriori podemos darnos cuenta que no son realmente experiencias. Pierre Delion vino un día a Château Rauzé para una de nuestras reuniones de los sábados. Notó a un joven que estaba allí, vegetativo, sentado, pero nada, ni la más mínima señal. Hablábamos de todos modos, ¿de qué manera? En un momento tratábamos de crear lo tonal, un ambiente, decíamos: Participamos en el musement de este señor. Era la idea fundamental, museando, lo museamos, una especie de vicariancia, sin garantía. Dos horas de divague colectivo con intercambio de palabras. En un momento me vuelvo hacia él, le digo una palabra, abre los ojos, mira a todos con una sonrisa extraordinaria en el rostro. Había salido, él había inscripto algo. Podemos decir que hay algo del registro del musement que se comparte. Pero hay que estar tranquilo, aceptar quedarse dos horas sin hacer nada, charlando como idiotas. Leemos los archivos. En otra ocasión, nos habían enviado a Vincent desde otro establecimiento. Llevaba un año en estado vegetativo. Habíamos tomado el archivo equivocado. La historia de otra persona había sido contada.

Era inaudito. Oh, bueno, da igual. Salió del estado vegetativo antes de terminar la reunión, escribió una carta de amor, como Bobby y la mariposa. Recientemente obtuvo su licencia de conducir. Esto para decir que el archivo es tener un instrumento en el que apoyarse, nosotros erámos el archivo. Compartir el musement es tan importante, que muchas cosas pueden estropearse. Me parece que, para que haya este musement compartido, se necesita eso de lo que hablas mucho, y que me parece extraordinario: la función menos uno. Hay que hacerla rodar para que se comparta el musement, sin eso, como tú dices, hacemos flan.

Jean Oury: Había hablado de la función menos uno cuando hablé de la función escriba y del cuerpo. Como en esos libritos rosas en los que se habla de tal y cual, es una forma un tanto artificial de puntuar lo que hemos llamado las constelaciones. Se dice que el esquizofrénico tiene un problema para “estar con el otro”. “El con”, es difícil hablar de eso, algún día deberíamos hacer la semiótica del “con”. Podemos decir que en las constelaciones hay una cierta cantidad de puntos que importan, ya sean personas, acentos, lugares, animales. Ayer, yo pasaba por ahí, había un querulante crónico. Su gato es el punto más importante, el gato lo sabe, lo hizo vigilante. Su gato, para fastidiarlo, se sube a un árbol y él se queda varias horas diciéndole al gato: “¡Te vas a caer!”. Me dice: “Este gato no puede saltar porque tuvo fractura de cuello del fémur”, es verdad. Es parte de su constelación. Se podría decir que para entender a este chico hay que poner el gato, el coche, el carnet de conducir y luego tal y cual y a todas las personas que le fastidian (son demasiadas, pero unas pocas en particular). Eso es lo que le permite vivir. Es un querulante, catatónico, que llevaría muerto mucho tiempo, al que uno vería acurrucado en un rincón en un viejo patio de manicomio, con estereotipos de todo tipo, y que luego se apaga. Tiene su departamento, su auto, su gato, viene a fastidiarnos; es perfecto. Incluso participó en un viaje de tres semanas a Río de Janeiro, en Brasil. Puede haber molestado a la gente, pero menos, ciertamente. Ayer me dijo: “Estoy harto de aquí, quiero ir a Brasil por seis meses”. Le dije: Perfecto. Es parte de la constelación. En esta constelación, puede reemplazar al gato con personas. No podemos reunir al gato, al auto, es difícil.

Recuerdo la historia de las constelaciones. Tosquelles hablaba de eso todo el tiempo. Un día, Racamier hizo un informe para el Congreso de Zurich en 1957 sobre la psicoterapia y el psicoanálisis en Estados Unidos,donde hablaba de Chestnut Lodge, una clínica cerca de Washington, en la que había varios psicoterapeutas por paciente. Dos psicoanalistas para un paciente, al que veían sin reunirse entre ellos. Cuanto más veían al paciente, peor se ponía. Llegan Stanton y Schwartz, dos psicólogos, ven eso y se dicen: No es posible. Van a ver a cada uno de los psicoanalistas diciéndoles: “Júntense entre ustedes, hasta para hablar de otra cosa, para discutir, para salir, andar en bote, pero hablen entre ustedes”. Hablaron entre ellos, y a las pocas horas hubo un cambio total en el cuadro clínico del paciente, que ya no estaba hecho un ovillo. Racamier dijo: “Aquí hay mucha gente que tiene un rol psicoterapéutico aunque no lo sepa, y por otra parte es mejor que no lo sepan”. Reunimos una constelación sobre un paciente aterrador, que resistía a todos los tratamientos psicoterapéuticos, biológicos, etc; perverso, psicópata, paranoico, esquizofrénico en los bordes, ni siquiera podíamos clasificarlo, olía mal, desmantelaba autos... Una tarde reunimos a un grupo de personas heterogéneo (palabra de Tosquelles), es decir: médicxs, cocineres, psicólogues, enfermeris, personal de limpieza, jardinero. Hablamos de este paciente, intentando ver en este grupo qué personas eran importantes .

Hay unas cuantas que cuentan, por ejemplo, una señora de la limpieza que pasa por la mañana saludándolo, eso cuenta, aunque ella no lo sepa. Hablamos de este paciente, al día siguiente, ¡transformación! Como dice Racamier: Stanton y Schwartz, transformación completa. Al día siguiente el paciente se lava, no podíamos levantarle los brazos porque se ponía pedazos de queso en las axilas. Habla, y ya no desarma autos. Un efecto, pero no es suficiente. Es un trabajo colectivo respecto de lo que importa, pero si de verdad se quiere entablar eso que se llama una relación analítica, que no es la de los “psicoanalistas”4 de siempre como decía Tosquelles. Una relación analítica es muy compleja para un psicótico como ese. Requiere que haya una función que no esté contaminada por la colegialidad de la constelación.

Una constelación puede ser muy peligrosa, como las constelaciones espontáneas: los jóvenes entre ellos, los pervertidos entre ellos, los drogadictos entre ellos, los viejos, etc; hay que controlar. La constelación se puede utilizar para la creación de puntos de ambiente de acción, pero para seguir la singularidad (no mezclar con la particularidad, o la forma de ser con los demás); la singularidad en el sentido más primordial de la palabra, es decir, lo que se relaciona con el deseo inconsciente inaccesible de Freud. Lo singular no se comparte. Esto es lo que está en cuestión si entramos en análisis de una manera seria (lo cual es muy raro), debe poner en cuestión la singularidad, lo que Freud había encontrado, es decir el deseo inconsciente inaccesible, del que no se puede hablar directamente. Hablamos de eso a través de la transferencia, el fantasma, todo el trabajo del injerto de transferencia del que hablaba Pankow; que requiere que alguien ponga en acto lo que llamé la función menos uno. ¿Por qué menos uno? Incluso si eres parte de la constelación de la persona, si vas a almorzar con él, no tiene importancia, hay otro registro que cuenta, o una función menos uno, la singularidad no tomada en el grupo, aunque sea esquizofrénico, o esté disociado. Es una reanudación de lo que dijo Lacan sobre el menos uno en otro contexto, yo había hablado de esto en 1970. En la función menos uno, si la persona que ve a otra en psicoterapia se toma a sí misma por menos uno, ¿cuál está más loca? La que se cree psicoanalista. Cada vez hay más locos, además, se forman sociedades de locos, esos que se toman por psicoanalistas, psicólogos, psiquiatras, esquizofrénicos. Es igual de grave que un esquizofrénico se tome por esquizofrénico. La dificultad de poner en funcionamiento un sistema de toma a cargo analítica, es la tentación de querer petrificar, de encarnar una función. La función menos uno es sutil, Lacan lo señala muy bien, él no se toma a sí mismo por una función menos uno, “es la ocasión para”. Es toda la teorización. La interpretación es un corte, un encuentro en el sentido de tyché, por azar, pero permitido por el desencadenamiento de un proceso analítico. La función menos uno evita la contaminación por otros. Cuando apilas a la gente en un hospital, una casa, con la familia, es peligroso. Y la función menos uno permite descontaminar. Aquí vemos coagulaciones que crean sistemas arcaicos de chivos expiatorios, de función tanatófora, porque falta la función menos uno. Eso requiere reflexión sobre lo Colectivo, de lo que vengo hablando desde hace 40 años, que no es la colectividad. El concepto de Colectivo es, desde el punto de vista filosófico del término, una categoría y no una clase. Solo se puede abordar considerando la función menos uno, de lo contrario no entendemos nada en absoluto. Uno se vuelve peligroso por el mero hecho de existir, y haría mejor en hacer otra cosa que no fuera la psiquiatría o la psicoterapia. Afortunadamente, las personas son resistentes y tienen anticuerpos contra nuestra estupidez.

Cuando hablaste del cuerpo, de la laminación, suelo decir que la inscripción se hace en un milhojas. Si es un flan, como nos lo ofrece actualmente la tecnocracia, no hay más inscripciones. Ahora le ponen flan al milhojas. Cuando tú inscribes dejas asentar la inscripción, eso se inscribe. Lo que Lacan llama lalangue es el fondo del milhojas, para acceder a lalangue hay que pasar por todas esas tonterías del lenguaje. “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”, hay que pasar por eso para llegar a lalangue. Cuando hablamos es una traducción de los diferentes niveles de láminas. Horacio Torrubia decía: En el intermedio, en los milhojas, hay que tocar una superficie que llamamos idiolecto. Muy a menudo hablaba del idiolecto, que es una palabra personal, más profunda; que a veces son balbuceos, una lengua particular extraída de una capa más profunda del milhojas. Podemos decir que el proceso analítico se trataría de poder acceder más fácilmente a la última capa del milhojas, y volver a subir, no hay que quedarse allí sino es la parafrenia.

No sé nada de eso en términos matemáticos y alguien me preguntó ayer: ¿Eso es lo “plástico”, la “superficie de Rieman”? ¿es eso lo que está en cuestión?

Michel Balat: Al hablar de la hoja de aserción, Peirce aclara sobre la inscripción: recto y verso. Se inscribe en el recto, pero a veces se inscribe directamente en el verso. Él dice: Se hace un corte en el recto de la hoja y se sumerge hasta cierto nivel de posibilidad. Esta palabra fundamental no ha sido pronunciada porque el musement es lo posible. Nos sumergimos en la posibilidad y remontamos en la hoja de aserción del nivel de posibilidad; con distinciones muy sutiles entre la posibilidad subjetiva, que es no saber que no es, y la posibilidad objetiva que se refiere a las cosas, por ejemplo: cómo puedo mover el dedo. No es el mismo nivel, no hay ningun saber implicado. Peirce dice que todos los primeros niveles del verso son posibilidad subjetiva, pero los niveles de fondo son posibilidad objetiva. La posibilidad objetiva toca sin duda a las teselas, es decir al idiolecto. Por eso la idea del idiolecto que aportó Torrubia fue absolutamente fundamental. Eso toca al hecho de que cada une habla su propia lengua de fondo. Esta lengua de fondo que no entendemos, que es nuestra y a la que podemos acceder a través de este nivel de posibilidad subjetiva. Es decir, que compartimos con los otros. Posibilidades compartidas. Ahí donde hay idiolecto es donde se encuentra lo más singular, que sólo se puede compartir en un cierto nivel y es lo que nos hace totalmente singulares. En Horacio Torrubia, la noción de idiolecto estaba ligada a la noción de singularidad.

Se podría decir que este verso es un plástico deformable, un plástico de posibles, pero que está organizado en láminas. Es un poco como la superficie de Rieman: cada lámina es análoga a la lámina de aserción; es análoga pero es una hoja de escritura. Ahí donde eso se escribe. Es necesario mantener la singularidad con la hoja de aserción, es el recto. La función menos uno permite que esta tríada, escriba, museador e intérprete, exista. Que no se confunda todo creyendo que uno musea mientras inscribe o interpreta. Todo este trabajo de la función menos uno quizás está ligado al de la interlocución. Permite que haya un cuerpo semiótico con el interlocutor, algo que puede definir un espacio entre ambos, que es un espacio de interlocución triádica.

Jean Oury: La función menos uno es necesariamente del orden de la terceridad. Te toca Marie…

Marie Depussé: ¡Me pasas una pelota que intentaré deslizar a otros espacios! Cuando llegué, escuché a las enfermeras de Landerneau decir, de una manera muy conmovedora: “Dudamos en hablar y tenemos miedo de escribir”. No obstante, hablaban maravillosamente. Hablaban con la fuerza de la gente que dice: No sé. Me recordó este pasaje de “La escuela de mujeres” de Molière, donde entrega una de las cartas de amor más bellas, la de Agnès, quien es una niña inocente a la que nunca le han enseñado nada. Ella decide enviarle una nota a quien ama porque sabe que lo ama. Ella dice: “No sé escribir, no sé decir, pero lo diré”. Una palabra tal, traza un camino, da alivio a un riesgo excepcional cuando comienza con esta especie de barrido: No sé, pero voy. Eso es lo que escuché en esa palabra, así que soñé con la dificultad que tenían esas personas respecto del escribir. Habían escrito “El grano de arena”, como decían Michel Balat y Jean Oury, una escritura colectiva. Fue maravilloso escucharlas: Siempre hemos escrito entre varias; nos alegra escucharlas y ojala dure esto de escribir así. Excepto que escribir entre varias no coloca en las mismas condiciones para intentar esforzarse hacia lo posible de la lengua, que está en el corazón de cada una de nosotras, singularmente. Quería hacer la pregunta acerca del derecho que tendría une trabajadore psiquiátrico de dejar el “entre varios” por un ratito para intentar, en este movimiento imposible, una tentativa de acceso hacia lo inaccesible de eso que nos hace comprender y hablar a través de los milhojas. Yo creo que cuando una escribe, o escribe como mea, muchos lo hacen en la mayoría de las publicaciones; o hay, en esta escritura, el movimiento de intentar alcanzar en nosotras lalangue. Quería hacer esta pregunta sobre el derecho a la apertura de la singularidad, en el sentido muy material de la palabra, para que alguien que trabaja en psiquiatría recorra este sendero. Creo que alguien que trabaja en psiquiatría, y creo que tiene algo de cierto, se dice aplastado por una conjunción de lo teórico y lo jerárquico. En principio, lo teórico está depositado en manos de la jerarquía de los médicos. Mientras escuchaba me llamó la atención el estado de la cita de la teoría. Es muy doloroso citar un poco de teoría en un texto que una ha escrito: lo abierto o el estatus, el rol y la función; pensaba en esta frase de Oury “¿Qué carajo hago aquí?”. Debemos esforzarnos por volver a la lengua que llevamos dentro para decir: ¿Qué carajo hago aquí?, con nuestra propia entonación. Quiero abogar por esto y decir, (perdónenme, es mi lado de maestra de escuela, de profesora, nuestra profesión nos marca), decirles a les que trabajan en psiquiatría: ¡Lean literatura! Quizás este otro lugar, ese lugar donde podemos encontrar nuestro camino de vuelta a lalangue, esté aquí para resistir a esta opresión imaginaria o real de lo teórico-jerárquico que nos pone en la dolorosa posición de citar, como un grumo inasimilable. Sé que Lacan habla de los grumos de significantes, de la floculación del goce. No estoy segura de que floculemos mucho en el goce cuando citamos un trozo de teoría plantada en la jerarquía. Como soy profesora de literatura, soy sensible a ésto. Me arriesgo a mi estupidez, y quiero rogarles a quienes trabajan en psiquiatría que lean a Flaubert, a Proust, novelas policíacas o lo que quieran; porque hay algunos que se esfuerzan seriamente en dirección de la lengua. Proust en su correspondencia le responde a una dama de sus amigos, que lo aburría. Ella le había enviado la obra de un joven bastante tonto, diciéndole: Por favor lea esta primera novela, está escrita en un francés impecable. Proust, exasperado pero muy cortés, le dice: “Querida amiga, cuando amas el lenguaje no lo defiendes, lo atacas”. Quiero decirle a la gente que trabaja en psiquiatría que lean literatura porque en la literatura se ataca a la lengua. Este ataque a la lengua, es un ataque a todos los estereotipos, y se siente bien leer a personas que han atacado a los estereotipos. Autorizarse, leer a todos estos tumbadores de lalangue, que no saben lo que hacen, excepto que si pueden tumbar lalangue es esforzándose hacia ese punto inaccesible en cada uno de elles, solitariamente. También quiero decir, Oury habla a menudo sobre este punto, es incluso una obsesión, para él es bastante extraño, vuelve constantemente al deseo inaccesible inconsciente. Recién lo puso todo sobre la mesa para nosotras, con mucha pasión, nos recordó el deseo inconsciente inaccesible. Traza un camino diciendo que debemos apuntar a un cierto punto de soledad, trazarse un camino hacia un punto donde podamos sostener que no hay nada más que buscar en la tienda del gran Otro. Ya ni siquiera vale la pena demandar a un Otro. Hemos estado demandando toda nuestra vida y en cierto punto somos lo suficientemente mayores para darnos cuenta de que ya no vale la pena hacerlo. Estamos solas. Escribir tiene que ver con un cierto punto de soledad.

Lo que me deja perpleja es la paradoja de que la escritura de gente que trabaja en psiquiatría, nos haga querer rogar que sigan escribiendo entre varios, porque este borramiento es magnífico y quisiéramos decirles, suavemente, en un margen: Pero podrían ustedes mismes autorizarse para escribir por su cuenta de vez en cuando.

Michel Balat: Una palabra sobre la cuestión que actualmente me inquieta, a la que llamo: El cuerpo semiótico. Me parece importante, y está ligado a la función menos uno, que las instituciones nunca sean un cuerpo semiótico. Es decir, que pueda haber interlocutores. Esta función podría extenderse al cuerpo de la institución. La condición para que pueda haber cuerpos semióticos es que esa tríada pueda ser conservada, es decir que siempre haya interlocución. Se une a lo que decías del Otro, incluso en la soledad límite a la que se puede llegar. El Otro, si hemos renunciado a algo, es a su existencia, pero nunca renunciamos al Otro.

Marie Depussé: Renunciamos a demandar; le hemos demandado mucho, y respondió mal. Eso no quiere decir que no demandaremos más, pero estamos hartas. Si el Otro no estuviera ahí, no podríamos escribir. Escuchándote, me preguntaba si escribir, eso que llamamos literatura a posteriori, cuando muerta la gente se mantiene de pie, ahí podemos decir que son escritores y queremos leerlos. Si para comenzar no estaba siempre esta dimensión de soñar del escriba. No sabemos lo que estamos haciendo cuando empezamos a escribir; si lo supiéramos, no empezaríamos. Trataba de aislar un momento a partir del cual quiero decirles a les que trabajan en psiquiatría: ¿Y si hicieran semblante?... Ayer Pierre Couturier hablaba como de una evidencia, respecto de los packs, de la presencia cara a cara o en contrapunto de dos formas de omnipotencia, omnipotencia psicótica y omnipotencia terapéutica. Es cierto que hay dos formas de omnipotencia, sin despreciar este término. Trabajar de 17h a 23h rodeada de psicóticos supone una invención verbal y gestual a cada minuto en respuesta a algo del orden de la omnipotencia psicótica. Me parece que una de las dificultades de la escritura para alguien que trabaja en psiquiatría es volver a casa, y aceptar depositar en la escritura algo de este teatro extraordinario. Para levantar un poco ese superyó inconcebible, esa terrible rastra que pesa sobre nuestra civilización actual que separa el habla de la escritura, no hago más que eScribir5. Esto es lo que apareció cuando dijiste: Somos los secretarios de los psicóticos. Me dan ganas de decir: Luego pasará el interpretante. Pensando en el poema de Prévert del hombre que toma un café, un huevo duro, y dice: Pasarán tres hombres y pagarán. Casi que se podría decir eso en psiquiatría: eScribo, el interpretante vendrá.




1 A lo largo de este texto, nombraremos como “museador” a lo que en el original aparece como “museur”. Una traducción posible sería “divagador”. (N. de las TT.)

2 Feuillets roses. Libros eróticos. (N. de las TT.)

3 En el original dice: Scribe ce n’est pas le parler. (N. de las TT.)

4 En el original dice: psychanalisettes. N. de las TT.

5 En el original dice: scriber. (N. de las TT.)




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